En este momento de mi vida, me encuentro rodeada tanto en lo personal como en lo profesional por adolescentes o personas que viven con ellos, con todo lo difícil que esto puede resultar a veces, y es por eso que quiero compartir estas palabras acerca de las sensaciones que esta etapa puede generar en quienes la viven de cerca.

No es infrecuente que los padres de adolescentes sintamos que estamos viendo la catástrofe venir mientras no podemos hacer prácticamente nada…, sus vidas están en esta etapa plagadas de múltiples errores, que si bien a lo largo de una vida resultan no tener importancia, en el momento en el que se están viviendo impregnan el ambiente de malestar.

Los cambios biológicos, psicológicos y sociales sumen a nuestros jóvenes en un torbellino de sensaciones que no saben gestionar lo suficientemente bien, por el simple hecho de no haber tenido que hacerlo previamente, y eso significa que tienen que aprender, y nosotros con ellos.

Cuando pensamos en la adolescencia, nos viene a la cabeza el cambio que esta significa para el joven, pero lo que a los padres nos toca es gestionar nuestro propio cambio, que es mucho más difícil porque lo vivimos en primera persona, pero a la vez necesario para atravesar este periodo exitosamente.

Dejar que nuestros hijos se equivoquen y saber acompañarles ahí sin quitarles su papel es una situación que genera frustraciones, más aun sabiendo que venimos de ser actores en su vida para empezar a ser observadores en esta (sin negar que en muchos momentos haya que intervenir, pero casi siempre a otro nivel y de distinta manera a como lo hemos hecho hasta ahora). Dejar pasar sus equivocaciones sin anticiparnos al hecho o arreglarlo nosotros mismos, es un gran proceso de crecimiento personal en el que los padres nos vemos sumidos para permitir así que aprendan las consecuencias de sus propios actos. Es una muestra más de generosidad para con ellos, tolerando y permitiendo nuestra frustración, para así hacer posible, que ellos gestionen la suya al ver que las cosas no son fáciles, dependen de ellos, y que muchas veces no salen como les gustaría si no se esfuerzan por hacerlas bien. Atravesar esta etapa, es sin duda algo difícil que nos permite traspasar nuestros límites para terminar siendo otros diferentes a quienes éramos antes. Algo que también les ocurre a ellos.

No es raro que en esta etapa nos parezca que no han aprendido nada de lo que les hemos enseñado, pero ante esta trampa de la vida yo animo a confiar en nosotros mismos y en ellos. Nada se ha perdido, solo que necesitan vivir esto y hacerlo a su manera. Confiar significa transmitirles que son capaces de hacerlo bien, y que eso es lo que esperamos de ellos, pero que si se equivocan, esto forma parte del proceso y siempre se puede comenzar de nuevo. De todas formas, qué duda cabe que también necesitan nuestra vigilancia para poder acompañar con conciencia, muchas veces para no intervenir, y otras para hacerlo de manera contundente cuando atraviesen límites que no deben traspasar.

Habremos de seguir sembrando tiempos ricos de diálogo, cariño incondicional y comprensión, cuidándolos y propiciándolos como el que sabe que son la principal herramienta para fortalecer a nuestros jóvenes y nuestro vínculo con ellos. Esas pequeñas actividades que se pueden aun compartir con ellos, son en este momento una gran inversión que les ayudará a fortalecer su sentimiento de pertenencia a este clan que es la familia, y ante todo, un abrazo sentido nunca le vendrá mal.

Mi  agradecimiento  a mi marido con el que estoy viviendo esta gran aventura, y también a mis hijos que la han hecho POSIBLE.

Pilar Vega